Cuestión de vida o muerte

Por Prensa Peruana



Por: Mary Domínguez

Sebastián, tenía ocho años y cientos de sueños por realizar; pero el destino le cambió su sonrisa. Jugando, cogió una bomba de racimo y sin saber lo que era, explotó. Perdió el brazo y el ojo derecho, el izquierdo quedó destrozado y perdió cuatro dedos de la mano izquierda. José Manuel quedó malherido en agosto de 2004 al pisar una mina mientras jugaba con su hermano en las alturas de Ayacucho. Quedó sin piernas y sin el brazo izquierdo. Sus vidas y sus sueños cambiaron, sus sonrisas oscurecieron, sólo lágrimas y soledad rodearon sus mundos. No querían vivir. El papá de mi hijo – un capitán de la Policía Nacional- murió en Rupa Rupa, en Tingo María al tratar de desactivar una mina, los efectos y consecuencias van más allá de lo que uno puede pensar. No sobrevivió para contarme la historia, pero el dolor que le causó a nuestro hijo –cuando apenas tenía cinco años- no se olvida. Con su inocencia corrió a abrazar a su pequeña prima Silvana para decirle, en llanto, que su padre había muerto. Cada lágrima que a Sebastián, José Manuel o a Carlos y cientos de miles de niños y familias les ha causado la explosión de bombas de racimo u otros explosivos no se pueden borrar, quedan grabados como fotografías eternas en nuestra mente.

Mi voz se quiebra y el recuerdo viene en silencio, una foto vale más que mil palabras, quienes recuerden una historia no querrán volver a vivirla, a verla, no querrán sentir de nuevo el olor a muerte y dolor.

Las bombas de racimo son explosivos. Una bomba de racimo o bomba «clúster» es un explosivo de caída libre, o dirigida, lanzada desde el aire o desde la superficie, que al alcanzar una altura concreta, medida por un altímetro, se abre dejando caer cientos de sub-municiones o bombetas de diversos tipos, de alto poder explosivo, antipista, antipersona, perforantes, incendiarias, etc, las mismas que a menudo, se quedan sin explotar.

De éstas, hay millones en el mundo. En este instante, mientras escribo alguien es una cifra más en las estadísticas de víctimas por la explosión de una de éstas submuniciones y las consecuencias son solo dos: mutilación o muerte.

Por su apariencia inofensiva, muchos niños las han confundido con juguetes, un frasco de perfume u otra cosa atrayendo la curiosidad de niñas y niños. Según afirman los expertos “si su proliferación y uso continúan el resultado será una crisis humanitaria incluso peor que la plaga causada por las minas terrestres”.

Este tipo de municiones se encuentran en los arsenales de la mayoría de los ejércitos. Algunos gobiernos y organizaciones civiles, como Greenpeace, lograron concertar este año, en mayo, un acuerdo donde se prohíbe el uso de bombas de racimo, realizado en Dublín por más de cien países, esperando lograr deponer la tendencia de países no firmantes, como Estados Unidos, para respetar la prohibición de esas terribles armas explosivas La «Convención sobre las bombas con submuniciones», dispone que cada Estado firmante «se comprometa a nunca emplear estas armas, bajo ninguna circunstancia».

Debido a su amplitud y al gran número de sub-municiones, hasta 300, esta arma es usada para atacar a objetivos militares dispersos, como concentraciones de tropas, columnas de blindados, o para negar el uso de una zona o instalaciones como el caso de aeródromos. Pero también debido a estas características, a menudo hiere y mata a civiles, especialmente cuando es usada en zonas urbanas.

Las submuniciones esparcidas tienen un rango de fallo de entre el 5% y 30%, por lo que pueden quedar bombas enterradas sin explotar siendo peligrosas tiempo después de terminada la guerra, especialmente por los niños por sus formas llamativas. Varios países han usado este tipo de arma en conflictos diferentes a pesar de causar problemas muy serios bajo el derecho humanitario internacional.

Una campaña internacional, la Coalición de las Bombas de Racimo fue establecida en el 2003 para poner fin al uso, la producción, la transferencia y el almacenamiento de estas armas. Hoy en día, más de 160 ONG de todo el mundo se están dedicando a la educación, la investigación, y la presión a diferentes gobiernos para cambiar sus políticas acerca de estas armas.

No obstante los fabricantes de estas armas han desarrollado importantes esfuerzos en los últimos años para minimizar los peligros de las municiones no explotadas, incorporando mecanismos de autodestrucción pasado un lapso de tiempo y aumentando los controles de calidad para reducir el porcentaje de municiones defectuosas.

El texto que se ha logrado es el que reclamaba la sociedad civil: sin excepciones, sin lagunas ni retrasos para su entrada en vigor. Nada de esto se hubiera logrado sin que una mano se uniese a otra. Estas armas actúan de forma indiscriminada, no distinguen entre blancos civiles y militares y siguen causando muertos y heridos mucho tiempo después de que un conflicto haya finalizado.

Además de las muertes que se producen durante y después de las operaciones, tienen graves consecuencias socioeconómicas para las poblaciones que viven en esas zonas. Durante largo tiempo desde que acaba el conflicto, impiden el uso de carreteras, el acceso a las escuelas y hospitales, y el desarrollo de la agricultura en países donde ésta es crucial para la supervivencia.

Desde los años sesenta, este armamento ha sido utilizado en numerosas guerras y también en varios de los conflictos más recientes: Kosovo (1999), Afganistan (2001), Irak (2003) y Líbano (2006). Así como en países africanos como Sudán y Sierra Leona, entre otros. Se trata de armas contrarias a las disposiciones generales de los Convenios de Ginebra al violar el principio de discriminación entre civiles y militares. En torno a 100.000 personas han muerto como consecuencia de las bombas de racimo, un 98% de ellos civiles.

La organización Handicap International ha denunciado que 400 millones de personas están amenazadas por millones de submuniciones procedentes de las bombas de racimo que no explotaron cuando fueron lanzadas en algún conflicto. Presentó en Ginebra el informe "Círculo de impacto: la marca fatal de las bombas de racimo en las personas y sus comunidades". En él se revela que hasta el momento se han utilizado en todo el mundo 360 millones de esas bombas, que pueden liberar hasta 300 submuniciones. Entre el 5 y el 30% (entre 22 y 132 millones) no llegan a explotar, por lo que se convierten en un grave peligro para la población. El informe analiza el impacto socioeconómico en los 25 países y regiones en los que se han usado y que, oficialmente, ha causado 13.306 muertes aunque podrían llegar hasta las 100.000 a causa de la falta de información. Casos donde se han usado La organización Handicap International ha elaborado recientemente un informe que, por primera vez, ofrece datos concretos y documentados sobre las víctimas de las bombas de racimo en todo el mundo.

Este informe ha logrado documentar 11.044 muertes confirmadas, que pueden ser atribuidas directamente a las bombas de racimo. Se trata sólo de víctimas confirmadas y no de estimaciones o extrapolaciones, por lo que esta organización calcula que el total, en los 23 países analizados, puede ascender a unas 100.000. El 98% de las muertes fueron civiles, frente a números muy bajos correspondientes a militares y personal dedicado a tareas de desminado. La mayoría de esas víctimas civiles se producen cuando las personas se dirigen a sus actividades diarias o su trabajo.

El pasado mes de mayo, en Dublín, 111 Gobiernos aprobaron por consenso el texto del Tratado que prohibirá las bombas de racimo. El texto se abrirá a la firma de los Estados el próximo mes de diciembre, en Oslo, y sólo será necesaria la firma y ratificación de 30 Estados para que entre en vigor. A partir de ese momento, será ilegal la fabricación, uso, venta o almacenamiento de todos los tipos de bombas de racimo. Es ahora o nunca, es cuestión de vida o muerte.