Entre el ayer y hoy, nada ha cambiado

Por Prensa Peruana

Por: Mary Domínguez G.

Recuerdo la noche que mi hijo me preguntó, ¿Qué es la vida? En aquel entonces, Carlos, tenía cinco años. Hacía cuatro meses que su padre –un oficial de la Dinoes- había fallecido por una mina, en Tingo María.

Miré su rostro y en la curiosidad de su mirada, hallé una mezcla de dulzura, temor e inocencia. Había terminado de escribir y todo lo que tenía entre mis manos era sangre, llanto, violencia y muerte. Qué responderle, si cada día en las calles todo lo que atraviesa mi camino son niños mendigos, niños temblando de frío convertidos en vendedores incansables de caramelos, limpiadores de autos que son niños, malabaristas que son niños, niños con hambre, niños siempre niños.

Pero en el otro lado de la ciudad, donde las calles no tienen nombre pero sí una historia que contar están los hombres de rostro perturbado, un fuerte aliento a alcohol, orines y olvido. Aquellos que parecen fantasmas, que duermen sin temor en los suelos y beben cada sorbo de “algo” como si fuera el último.

Son vidas que se esconden al ponerse el sol como animales perseguidos, y que cada anochecer vuelven para gemir y retorcer sus cuerpos entre la miseria.

¡Qué responderle! No quería mentirle, pero tenía miedo de la verdad.

Lo cargué y lo senté a mi lado. Acaricié sus manos. Qué responderle, si el hombre desde que tengo uso de razón crea y destruye, da vida y mata, alienta y hunde, confías y te destruye. Que responderle si la lucha del hombre es contra el hombre mismo.

Caminé de un lado a otro por el dormitorio. Lo tomé de la mano y lo saqué al jardín, en aquel entonces vivía en la Quinta Heeren, nos sentamos sobre la acera y lo entretuve por algunos instantes mientras me daba tiempo a pensar con exactitud qué debía contestarle. Qué le respondes a un niño preparándolo para la vida.

Otros niños se le acercaron y se puso a jugar. Encendí el cigarrillo que tenía entre mis labios y me acomodé en el piso para cuidarlo. Entre sus risas y carcajadas emanaba otro aroma, otro color, un aliento de vida.

¡Qué decirle! Qué palabras usar para decirle exactamente qué era la vida. No sabía qué contestar y las lágrimas resbalaban solas por mi rostro recorriendo mis mejillas para terminar perdidas entre la tela de mi blusa. Entonces recordé de nuevo tantas muertes, tanta injusticia, recordé la soledad cuando te golpea de frente, la muerte cuando te sorprende, pero también recordé el maravilloso e indescriptible dolor de felicidad en el nacimiento de mis hijos. Y recordé alegrías y sufrimientos. Y recordé que la vida es la vida.

Llamé a mi hijo, lo miré de frente a los ojos y le dije que siempre tuviera presente que hiciera lo que hiciera en la vida no hay marcha atrás, no hay borradores, todo lo que se escribe es indeleble. Que viviera cada segundo. Que la vida es un todo, sus juegos y sus amigos, sus tristezas y alegrías, sus triunfos y derrotas. La vida es caerse y luego levantarse con más fuerza. Que la vida tiene de todo y nada. Que te puede dar a manos llenas y dejar vacío. Que la vida es escuchar un "Te Amo". Es decir con fuerza "Tú puedes", pero la vida también es nada y amén.