Dulce Espera

Por Prensa Peruana

Por Juan Pablo Bustamante.

Cuando no entiendes cómo es que, si estás con zapatillas y medias hasta casi las rodillas, te ha entrado arena entre los dedos de los pies, y no te importa, es que tienes el síntoma de la dulce espera, la que te destruye los nervios. Cuando después de haber pasado hora y media sentado en un micro que te cobra más pasaje del que debe, a través de una pista sin asfalto y que te deja botado en un cerro frente a un conjunto de cajas de madera acomodadas en líneas paralelas en las que viven apretadas familias de once hermanos y quince primos, no te importa, es que tienes –abre bien los ojos– fanatitis aguda, con problemas cardiocerebrales. Y es que sí importa que no te importe: te estás cagando la vida y no te importa. A este punto, si te hubieran robado los setenta soles que tenías en la mochila que dejabas por uno y otro lado y con los que te ibas a matricular en tu clase de inglés y que no lo hiciste porque estabas un poco más allá del fin del mundo –Pachacútec, para ser más exactos, el último paradero de Ventanilla, el distrito más rompebolas del Callao–, y no te hubiera importado, ahí sí estuvieras declarado víctima de homicidio culposo, por lo que te hubiera hecho tu señora madre al llegar a casa. Por lo menos, agradece que no hubieras muerto virgen. O eso espero, huevas tristes.

Lo primero que piensas al llegar al la Universidad Católica del Callao, ubicada al otro lado del mundo, es «por fin». Luego, «nunca más regreso». Primer error: has venido desde tan lejos con un solo propósito: ver a Mario Vargas Llosa. Está bien que el señor no sea santo de tu devoción y que te haya gustado más “Cien años de soledad” que “La ciudad y los perros” (cosa que nuestro bienamado primer escritor nacional no debe enterarse si no quieres tener tú también un ojo morado), pero qué carajos, es Mario Vargas Llosa, el escritor peruano más importante actualmente. (Controlarse vallejistas, el término escritor normalmente está asociado a la narración. Está bien que esa asociación sea incompleta y por ende incorrecta, pero es la que se usa y es como más se entiende). Pero dime, ¿sabes a qué hora va a llegar? No. No lo sabes. Me lo suponía. Llegaste a las doce y media. ¿Y Vargas Llosa? Un cuarto para las cinco. Nomás vino y se fue. Segundo error: no has almorzado. Y esta vez no tienes tu Cifrut salvador. Tercer error: no trajiste cámara fotográfica. Dime qué clase de comunicador vas a ser. Cuarto error: estás enfermo y no puedes fumar. Tienes que esperar como cinco horas, no puedes almorzar porque no hay dónde hacerlo, no has traído cámara con qué entretenerte y no hay dónde conseguir un cigarro. Perdiste, loser, perdiste.

Bueno, después de todo ya estás ahí. Lo tienes al frente y te das cuenta de que su cabello era más blanco de lo que creías. Te das cuenta también de que, improvisando unas pequeñas palabras como símbolo de agradecimiento a tan pobre espectáculo brindado en su honor, no es exactamente el chugal shady de todos los mac daddys. Pero qué importa. Se está yendo. Tienes un libro de él y un lapicero. Te acercas. Y, como siempre, después de que uno se acerca, todos los que se orinaban de miedo por hacer lo que tú acabas de hacer, pierden la vergüenza, porque ya alguien la pasó por ellos, y se acercan también. Tu libro es el tercero que coge, y estás a punto de decirle tu nombre, cuando mira alrededor y ve que hay demasiadas personas, y justo a partir de tu libro decide solo firmarlos.

Así que, mi querido huevas tristes, te comiste todo este día para obtener tu premio: una MVLL que tú mismo pudiste haberla hecho más bonita y con mucho más estilo.